La Virgen merece unas palabras en serio.
Y mil flores.

Los
primeros discípulos con la ayuda del Espíritu Santo, al enfrentarse a la figura
de María desde la perspectiva del Misterio, vislumbraron en ella, en su
persona, algo más significativo dentro de los planes de Dios. Mateo, cuando
hace referencia al oráculo de Isaías y Miqueas (Is. 7,14.ss.; Miq5, 1-5) donde
se proclama el reino mesiánico, describe dos aspectos de esa venida poderosa:
el mesiánico en sí y el mariológico, siendo en este último donde María, la
mujer, aparece como madre de un rey que reinará para siempre y que se hace
presente entre nosotros. Es un sentido pleno teológico de un acontecimiento
histórico que se hace coherente en la figura de Cristo sublimando a la anterior
figura de Ezequías, por consiguiente, añadiendo la actuación de la mujer, la
virgen, en ese hecho. Juan en el Apocalipsis también nos revela a María ya
anunciada proféticamente como la nueva Eva que vencerá a la serpiente,“Como Eva, escribe san
Ireneo, desobedeciendo, se convierte en causa de muerte para sí y para todo el
género humano, así María…, obedeciendo, se convierte en causa de salvación para sí y para todo el género humano”
Lc
1, 26-38 estas son las palabras que hacen posible la Encarnación, un
acontecimiento dispuesto por el Padre desde el comienzo de la Creación, "Pero al llegar la plenitud de los
tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar
a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la condición de
hijos" (Gálatas 4, 4-5).

Es muy rica la interpretación que, desde la fe en
Cristo, se encuentra en el Nuevo Testamento en referencia a la Virgen María. Es
un reconocimiento de ella desde la fe de una Iglesia naciente, de unas primeras
comunidades que observan y se dejan interpelar por la fuerza del Espíritu y
reconocen en la historia de la Salvación a María, interpretan su realidad desde
el Antiguo Testamento, desde los planes de Dios que escapan al hombre pero se
revelan plenamente en Cristo, en un momento y lugar reales con una madre
auténtica,” Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en
compañía de algunas mujeres y de María, la Madre de Jesús, y sus hermanos"
(Hechos 1,14). No podía faltar ella, pues en la expresión de la misión, en
Pentecostés, ella, madre entregada al Hijo se convierte en el modelo de entrega
a los hombres, en su caridad y fidelidad al Reino. Ella es la primera discípula
del Señor con un Sí incondicional que muestra lo que está por venir, la Nueva
Jerusalén, haciéndose realidad en una mujer que cree en ella y ofrece su
maternidad por ella. María la Nueva Eva, abre los brazos al Nuevo Pueblo de
Dios que la mira como modelo; ella es un justo de Israel que entronca con “el
resto” en donde nacerá Cristo.

La Iglesia, viéndola en su dimensión
teológica como miembro de la Iglesia,
primera discípula, la ha honrado (que no divinizado) y ha proclamado sobre ella
su título de Madre de Dios, por ser madre carnal de Dios, su Inmaculada
Concepción, sin mancha así dotada por el Padre desde el Principio de los
Tiempos preservándola para el Hijo y su
Asunción a los cielos por ser Madre de Dios y por privilegio de su Hijo:
Dogma
de la Iglesia: Concilio de Éfeso
En este concilio en el año 431 se definió
solemnemente para que no hubiera duda alguna: "Si alguno que no confesare
que Emmanuel (Cristo) es verdaderamente Dios, y por lo tanto la Santísima
Virgen es Madre de Dios, porque
parió según la carne al Verbo de Dios hecho carne, sea anatema" (DS 113).
Pío IX
Inefabilis Deus de
1854"Declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de
consiguiente, qué debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles,
la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa
original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y
privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo,
salvador del género humano."
Fórmula definitoria, artículo 44 de la
Constitución Apostólica
Manificentissimus Deus de Pío XII, en la que se define como dogma de fe
que la Virgen María, fue asunta en
cuerpo y alma a la gloria celeste. 1 de noviembre de 1950.
Y
así se desarrolla, no solo en el Catecismo, sino en el Concilio Vaticano II, la
dimensión histórica y teológica de María,
dedicándole un capítulo, el VIII en la Constitución dogmática sobre la
Iglesia, Lumen Gentium a ella, dotándola en su canon 69 y último de la
Constitución,, de una universalidad y ecumenismo digno del amor que su pueblo
siente hacia ella, pues es Madre de la Iglesia.
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